domingo, 15 de noviembre de 2009

Confusión

Después de mucho tiempo se me hizo particularmente oportuno escribir otra vez y preguntar (me) qué pensar sobre lo que está pasando.
Definitivamente encontrar un momento en el acelerado ritmo de vida que se lleva ahora para reconocer que uno se ha enamorado es un trabajo que no suele hacerse muy seguido.
En lo personal creo que es debido a dos cosas, la primera es, que como dijera algún teólogo, enamorarse es un acto de humildad, es aceptar que la felicidad de uno no es perfecta como tal vez alguna vez se había concebido, y que para perfeccionarla es necesario compartirla y cuando uno encuentra a la persona con quien quisiera hacerlo inicia una agonía tan larga que asusta al más valiente de los guerreros. Esa agonía es la que se conoce en los bajos mundos como la época del cortejo.
A pesar de lo bello que puede ser sentirse enamorado y de la ilusión que esto provoca, nadie en este mundo puede negar la situación de incerteza que ocasiona el no saber en qué terminará este proceso.
La otra de las razones por las que según yo cuesta reconocerse enamorado es el miedo. Tal vez esta no sea una razón en sí misma, sino una consecuencia de la primera, pero por lo menos para mí es algo que pesa mucho.
Cuando uno ha pasado mucho tiempo solo se acostumbra a estar así, entonces, cuando el romance toca a la puerta, empieza un debate interno para definir los motivos por los que uno no debería cambiar ese estilo de vida tan cómodo en el que no debe rendirle cuentas a nadie de ninguno de sus actos. Desgraciadamente, a la par de esa reflexión surge la convicción de que en efecto uno no le rinde cuentas a nadie, porque realmente uno no hace mayor cosa.
Lo cierto es que en la actualidad debo confesarme confundido y miedoso, en conclusión, enamorado. ¿Me gusta? Si. ¿Me quejo? Si. ¿Me emociona? Si.
Lo importante de todo esto es que estoy viviendo una felicidad a la que no estoy acostumbrado. Tal vez sea la belleza natural de los días de noviembre, pero los días se me hacen muy bonitos. Todo es diferente cuando se encuentra una persona para compartirlo. Creo que finalmente, me animé a permitirle a alguien acompañarme a terminar mis días y siento que es lo mejor que me ha pasado.
Ciertamente, sentirse enamorado provoca una constante confusión, pero las pocas certezas que brinda aclaran el cielo, curan la gripe, mejoran la memoria, agrandan el corazón y purifican el espíritu.
Vale la pena enamorarse, confundirse y temer si la recompensa es encontrar un lugar para recostarse y terminar los días.

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