Conoceréis la
Verdad y la Verdad os hará Libres (Jn. 8, 32)[1]
La Verdad es la expresión de la
voluntad de Dios para la humanidad, misma que hemos conocido a través de Jesús
que nos la ha transmitido y revelado. A través de su predicación y sus
acciones, Jesús nos puso de manifiesto que la intención de Dios no era mantener
al hombre oprimido bajo el peso de la estructura religiosa o social, sino que
esperaba que el ser humano fuera pleno, tomara su lugar de 'hijo', que
renunciara a cualquier tipo de esclavitud, en general, que fuera libre.
La libertad que Dios nos propone
pareciera ser algo más profundo que el simple hecho de optar por lo que se
quiere; este es un tema bastante tratado en el que no es oportuno detenerse
mucho tiempo. Sin embargo, ante la oferta hay que llevar a cabo un ejercicio
básico en cualquier adquisición. Si una persona se acerca a una pastelería,
frente al mostrador tendrá una variedad de opciones y se preguntará ¿para quién
es?, definido esto se preguntará ¿para qué lo quiero?, y finalmente, después de
haber visto el que más le llamó la atención, preguntará a la persona que
despacha ¿de qué es este?
Aunque la situación es bastante
sencilla, las preguntas son fundamentales. No es lo mismo comprar un pastel
para un niño que para un anciano, para un cumpleaños que para pedir disculpas,
de chocolate o de limón. Estas preguntas y sus respuestas se presentan como
oportunas para asumir la Libertad que Dios ofrece al ser humano.
- ¿Para quién es?
La
Libertad que Dios ofrece es un don, pero no un privilegio. Es una oferta que
está presente ante todas las personas del mundo, es una opción que debe ser
asumida en forma personal y definitiva; no se puede aceptar la libertad para un
hermano, un amigo, un hijo, etc., así como tampoco puede aceptarse a medias. Se
acepta o no.
El hecho
de aceptarla es en sí un acto de libertad. El Dios que nos revela Jesús le
propone al ser humano una condición de hijo, pero es el hombre en quien está la
opción de aceptarla. Si Dios se impusiera como Padre, entonces dejaría de ser
el Dios de Jesús.
Lo
particularmente importante de estos dones, es que son para el individuo como
canal. Tienen una clara dimensión comunitaria, pesa sobre ellos una fuerte
carga social. ¿Qué sería de la humanidad si Jesús conociendo sus dones hubiera
optado por quedarse encerrado en su casa? ¿Qué le pasó al trabajador que escondió sus talentos? ¿Qué
fue de la Iglesia mientras los discípulos estaban escondidos por miedo? La
Libertad es un don que se vive en relación con los demás, si conocemos a Jesús
y somos fieles a su palabra seremos libres, y si somos libres debemos ser
promotores de la libertad.
La
Libertad entonces, es un don para la persona y una necesidad para la comunidad.
Lo que Jesús quiso decirles a los judíos cuando hizo esta oferta está contenido
en el capítulo 8 del evangelio de Juan.
- ¿Para qué la quiero?
En el
plano personal, la Libertad la quiero porque necesito responder al llamado de
Dios para ser su hijo. Es decir, necesito darle su puesto a aquello que, dentro
o fuera de mí, me impide gozar de la dignidad que tengo.
- ¿De qué es?
Es la
libertad de ‘Ser’ desde la humanidad y hacia la plenitud. De descubrir la
inmensidad humana que habita en cada uno y plantearse un camino de
trascendencia, una opción de vida, que permita proyectarse hasta la presencia
de Dios.
La verdad es la fuerza de la paz
Una frase del beato Juan Pablo II
citada por Monseñor Juan José Gerardi el 24 de abril de 1998 cuando presentaba
el informe del Proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica, Guatemala:
Nunca Más.
En estos momentos en los que en
Guatemala se está viviendo un proceso histórico por ponerle nombre a los
crímenes cometidos en el contexto del Conflicto Armado Interno (CAI)
constantemente me pregunto cuál debería ser el papel de la Iglesia y el mío
como creyente frente a todo lo que se dice, se afirma, se publica en los medios
de comunicación.
La Fundación Contra el Terrorismo,
publicó en El Periódico hace unos días dos suplementos en los que
afirmaban que existió una “Conspiración marxista desde la Iglesia Católica”,
según estas publicaciones el movimiento guerrillero se vio -cuando menos-
alimentado desde las filas de la Iglesia por sacerdotes, religiosos y
religiosas que desde la teología de la liberación infundieron el pensamiento
marxista en las comunidades.
En honor a la verdad, no se puede
decir que durante el CAI no hayan existido algunos sacerdotes y religiosos que
se involucraron con los grupos guerrilleros, esa fue una opción personal que
tomaron en un momento preciso y que nunca fue apoyada ni respaldada por la
Iglesia como tal. Entonces, hablar de una conspiración marxista “desde la
Iglesia Católica” es una exageración perversa.
Aunque en el documento se hace
mención a varios sacerdotes y religiosos, quiero referirme en este artículo
específicamente a lo que se dice de Monseñor Gerardi. Esto quiero hacerlo como
un homenaje a su memoria, pero también como un reclamo del reconocimiento de su
identidad eclesial, de su ministerio como pastor.
La Fundación contra el Terrorismo
afirma:
“Ya en
esas fechas, el obispo marxista Juan Gerardi y Conedera, que había sido
nombrado como obispo de Quiché en diciembre de 1974, como una medida de presión
internacional, a favor del EGP, había decidido cerrar la diócesis del Quiché,
abandonando de esta manera a su grey. Gerardi, gran bebedor de coñac y brandy,
además de consumidor de finos habanos (según narra Luis Gurriarán en su libro
“Guatemala, el Silencio del Gallo”), había abrazado la teología de la
liberación a través de lo que ellos denominaban la Iglesia de los Pobres, y
participaba activamente, en todas las acciones tendentes a fortalecer la acción
guerrillera en ese departamento (según narra Gurriarán en su libro “Guatemala,
el Silencio del Gallo”).
Existe un suceso casi desconocido,
que se suscitó cuando en este año (1980) Gerardi fue citado al Vaticano, en
donde Juan Pablo II le espetó una reprimenda, llamándole la atención por su
actitud (militancia) y el consecuente comprometimiento de la Iglesia, como
consecuencia de la misma; máxime por su papel como presidente de la Conferencia
Episcopal. Gerardi prácticamente se insubordinó ante el Papa, afirmándole su
contubernio y complicidad con los terroristas, por lo que fue relevado por el
sacerdote Pablo Urízar, como Obispo del Quiché. El Papa le prohibió regresar
por un tiempo a Guatemala, por lo que debió marcharse a Costa Rica, en donde
vivió durante un tiempo conspirando, en la parroquia de San José de Tibás.
Desde allí dio inicio la confabulación, para aprovechar el nicho o nueva trinchera,
que ofreció el gobierno sandinista a las huestes de Gerardi y de Gurriarán, por
lo que establecieron dos bases de operaciones para considerar el proyecto de
apoyo al frente internacional del EGP.”
Son dos los hechos históricos que
merecen la pena reflexión. Uno, la salida de Monseñor Gerardi y de todos los
agentes de pastoral de la diócesis de Quiché, y el otro, la visita a Roma y sus
consecuencias.
Monseñor Gerardi si fue obispo del
Quiché, y como lo dice el documento de la Fundación contra el terrorismo, tomó
posesión de la diócesis en 1974. Se debe tener en cuenta que a partir de julio
de 1978, cuando entra en el poder el General Romeo Lucas García, las
condiciones del CAI, que había explotado en 1960, cambiaron drásticamente y la
violencia en contra de la población se generalizó.
La salida del obispo y los agentes
de pastoral de la diócesis se dio el 20 de julio de 1980, producto de la muerte
de varios catequistas y sacerdotes, las expulsiones de los misioneros que
trabajaban en el Quiché y en general, las graves amenazas que sufría la
Iglesia. Éste acto no fue pensado como un 'abandono' a la grey, sino como una
denuncia pública de la persecución de la que era víctima la Iglesia, además,
tampoco fue considerado como un acto definitivo, sino temporal.
Semanas después de este hecho, se
celebraría en el Vaticano el Sínodo sobre la Familia[2],
que se inauguró con una misa en la Capilla Sixtina el viernes 26 de septiembre
de 1980[3],
al cual Monseñor Juan José Gerardi, como Presidente de la Conferencia Episcopal
de Guatemala y Monseñor Próspero Penados del Barrio, Vicepresidente de la
misma, estaban invitados y asistieron. Es decir, contrario a lo que plantea el
documento, Monseñor Gerardi no fue “citado” por Juan Pablo II al Vaticano, sino
que su presencia en ese lugar respondía a un evento en el que participaron
obispos de varios países.
Efectivamente, estando en Roma
Monseñor Gerardi aprovechó la oportunidad para hablar con el Papa y hacerle ver
la situación grave en la que se encontraba Guatemala y particularmente la
diócesis de Quiché.
Según el libro “Monseñor Juan
Gerardi: Testigo Fiel de Dios mártir de la verdad y de la paz”, publicado por
la Conferencia Episcopal de Guatemala en 1999, fue sorprendente para Monseñor
Gerardi que el Papa le pidiera que regresara a su diócesis, considerando la
situación de violencia que se vivía, su expectativa era que Juan Pablo II le
dijera que esperara el momento más seguro para regresar, sin embargo no fue
así. El Papa, preocupado porque había una diócesis sufriendo sola, le pidió que
el regreso fuera inmediato, Monseñor Gerardi lo aceptó y aún con miedo
emprendió su viaje de regreso a Guatemala.
Algo que el documento de la
Fundación contra el Terrorismo omite dolosamente, es cuando monseñor Gerardi
quiso regresar a Guatemala, el régimen militar del general Fernando Romeo Lucas
García, impidió que entrara al territorio nacional, por lo cual se vio en la
necesidad de viajar a El Salvador, en donde no lo recibieron porque no podían
garantizar su seguridad, y finalmente, a Costa Rica, en donde estuvo exiliado
hasta 1982, cuando pudo ingresar al país.
Seguro que vale la pena leer con un
ojo crítico la publicación de la Fundación contra el Terrorismo; seguro que hay
mucha información que se da y que mucha de ella es falsa. A estas alturas,
cualquier persona tuvo acceso al material de desacreditación del trabajo y la
memoria de monseñor Gerardi y serán muy pocos los que se planteen preguntas
para intentar darle una explicación o una respuesta a esa información. El golpe
está dado y quizá sea efectivo.