viernes, 8 de octubre de 2010

Había una vez

Había una vez una mujer. Para muchos "normal", para otros "especial"; para todos, mujer.

Había una vez un hombre. Para algunos "honesto", para otros "complicado"; para todos, hombre.

Había una vez una decisión. Para ella "normal", para él "especial"; para los dos, decisión.

Había una vez una respuesta. Para ella "honesta", para él "complicada", para ambos, si.

martes, 8 de junio de 2010

Comunicado

Cuando uno se dedica a investigar y profundizar algunas cosas de la vida que llegan a las manos, a los ojos, los oídos, los pies o cualquier otra parte del cuerpo, se encuentra con una serie de nuevas realidades, las cuales, se logran entrelazar para poner de manifiesto una sola cosa: La vida es lo que es, no importa lo que nosotros pensemos o queramos que sea.

Se pueden dejar escritas miles de páginas sobre deontología o ética y cualquiera que tuviera la oportunidad de leerlas se daría cuenta que el “deber ser” es superado infinitesimalmente por el “ser” y aunque las cosas en el mundo actual fueran mejores si estuvieran más identificadas con el mundo ideal, los mejores poetas, los grandes compositores, muchos pensadores y en general, la mitad más uno de la humanidad, pueden afirmar que muchas de las cosas más placenteras y gratificantes que han hecho, están muy lejos de aquellas que debieron haber hecho.

De hecho, irónicamente y por más ilógico que resulte, muchas cosas buenas han sucedido por la rebelión del hombre común al “deber ser” oficial. Resulta entonces que la persona de hoy que vive o trata de vivir apegada al ‘deber ser’ de “hoy”, lo hace embriagada por la sangre y el sudor de alguien que ayer dijo que no a ese deber ser, alguien que probablemente hubiera luchado con
la misma fuerza contra la estructura deontológica de hoy.

Parece que la única forma de vivir sería entonces, no esperar nada mejor. Qué digo mejor, simplemente algo distinto.

Esa sería una conclusión posible, pero mediocre y cobarde. El deber ser de las cosas está grabado en el corazón del ser humano desde que este, como tal, empezó a existir.

La problemática real de este asunto radica en la poca capacidad que tiene el ser humano para entender que este “deber ser” de las cosas “debe ser” igual para todos. Desde la repartición de la riqueza y las oportunidades al trabajo, la educación, la salud, el desarrollo en general, hasta el acceso a la santidad deben ser alcanzables por todos.

En lo personal, no pienso que “deba ser” uno solo el sistema de gobierno, económico o religioso que deba regir a todos los hombres. Todo lo contrario, la diversidad de estos sistemas y la posibilidad de que dentro de ellos cualquier persona pueda tener acceso a la situación ideal de la realidad en la que vive ha de ser el “deber ser” natural que radica en el corazón de la especie.
Esta conclusión es bastante complicada considerando que soy una persona que se jacta de ser cristiana y que aspira a que el mundo llegue a ser un solo pueblo y viva con la armonía que provee la esperanza y la confianza en un solo Dios.

Mientras yo viva seguiré afirmando lo que hasta hoy he afirmado: Creo en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en el bautismo, el perdón de los pecados, la comunión de los santos, la resurrección de los muertos, la vida eterna y la Iglesia Católica, pero renuncio soberanamente a alzar mi mano y mi voz contra cualquiera que no piense como yo.

Efectivamente, creo en una sola Iglesia y en un solo Dios, en lo personal, esta forma de pensar me ha permitido encontrarme con los demás como si fueran mis hermanos y ofrecerles mi vida al considerarlos reflejo de Dios.

Creo en Dios, en el Dios que está con su pueblo y que camina con él, creo en el Dios que perdona y anima al hombre que está dispuesto a intentar hacer las cosas de una forma distinta con tal de hacerlas mejor; creo en un Dios que propone, no impone y sobre todo, que respeta la voluntad de su criatura de caminar cada vez más cerca o más lejos de Él; creo en el Dios que inspira y fortalece a los inspirados, que convoca y no disgrega, que actúa y no se queda solamente observando.

Creo en un Dios diverso, creador de la diversidad; creo en un Dios único, promotor de la unidad; creo en un Dios que ama y favorece el amor.

Creo en un Dios de tiempos precisos y no aleatorios; creo en un Dios que recibe y que no rechaza; en un Dios que escucha y responde, en un Dios que sabe que quiero ser su amigo y que quiero hacer lo correcto, en el momento correcto y por los motivos correctos.

jueves, 11 de marzo de 2010

Un cuentito

Hace dos años se cayó la hoja más seca de un arbol viejo.

El árbol, como no tenía opción, la miraba desde arriba y se lamentaba porque era su hoja con más experiencia. Todos los días les comentaba a las demás hojas todo lo que habían vivido juntos y la importancia que tenía aquella finada compañera para su vida. De hecho, en algún momento, llegó a quejarse abiertamente de la incapacidad que tenían los nuevos retoños para hacerlo olvidar a su vieja amiga.

Todos los nuevos brotes se esmeraban para conseguir que el viejo árbol se sintiera bien, estuviera feliz, confiara en ellos; pero no lo conseguían.

Un día, cuando amanecía, la luz del sol tocó los extremos de las ramas más largas del viejo árbol y cuando sintió el calorcito en sus extremidades, un escalofrío, de esos que estremecen todo el cuerpo provocando un placer poco comparable, lo estremeció y despertó.

Con la luz del sol nuevo pudo contemplar todas sus nuevas hojas, con la luz del sol nuevo pudo ver a la yacente amiga con los ojos inundados de esperanza, con la luz del sol nuevo se sintió agradecido y pleno; agradecido por la bendición de haber tenido a una compañía que lo ayudó a ser lo que ahora era. Pleno, porque se descubrió capaz de seguir albergando nuevas hojas.

Mientras la luz del sol iba abrazando todo su ser sintió la cercanía de sus nuevas compañeras, las amó y entonces, empezó a dar fruto.